Alois Kronshlaeger: Time, Space, Color
I
El artista Robert Smithson (1938-1973) escribió la gacetilla de prensa de la exposición de Sol LeWitt (1928-2007) en la Galería Dwan de Los Ángeles en 1967 donde hizo la siguiente observación: “El orden extremo trae desorden extremo. La relación entre el orden y el desorden es contingente.” Cada paso alrededor del trabajo de [LeWitt] trae intersecciones inesperadas de infinito. No es sorpresa que Smithson tan preocupado con los momentos en que la supuesta claridad de la visión se confunde y opaca, encuentre dentro de la obra de LeWitt un registro entrópico. Lo que dramatiza la descripción de Smithson es la sensación de ver formas perfectamente lógicas como la cuadrícula, el cubo y el cuadrado, dentro del ámbito de la experiencia vivida. Ya no son construcciones conceptuales que organizan el mundo desde la mente hacia afuera en una función de mapeo, estas formas abstractas ahora comparten espacio con un espectador encarnado y móvil que las observa desde el exterior; esta es la fuente de la naturaleza «contingente» de las estructuras de LeWitt. Desde ciertas perspectivas, la lógica que guía las estructuras es clara; pero si el espectador cambia su punto de vista, las estructuras estables se rompen en incoherencia.
El trabajo de Alois Kronschlaeger revisita y sintetiza esta intersección entre la estructura conceptual y la forma material. El elemento Cuadricula y el uso del color forman “Contemplaciones Policromáticas”, como bien describe el titulo de su ultima exposición en el Museo de Arte de Figge en Iowa, Estados Unidos. Las composiciones en la grilla, se fusionan para formar un “ambiente caleidoscópico” donde la red ideal es anulada y complicada por las condiciones del material.
La serie «Spinning Cube» de Kronschlaeger es otro examen sobre la forma de la cuadrícula y sus complejidades. Cada cubo está construido con 300 varillas facetadas, cada una con cuatro caras. Cada cara de cada varilla está pintada con uno de seis colores. En las 1,200 superficies totales, cada color aparece 200 veces. La totalidad del Cubo se coloca sobre uno de sus vértices, un cambio simple en la orientación que socava la estabilidad del cuadrado y sus cuatro ángulos rectos, y luego se establece en rotación mediante el uso de un motor. «Hago girar al Cubo porque es más fácil para el observador ver la multitud de colores en cada lado», reflexiona Kronschlaeger. «Verlo en su eje diagonal mejora su aspecto visual». Transmitir movimiento a un cuadrado es un gesto radical. Este fue un desafío abordado por Piet Mondrian (1872-1944) en sus famosas pinturas romboides «Lozenge», como también por Josef Albers (1888-1976) quien elogió la «honestidad» del cuadrado sobre la deshonestidad del círculo, precisamente debido al hecho de que aquel no se mueve: » Hace mucho tiempo que sé que un círculo siempre me engaña al no decirme si está quieto o no. Y si un circulo gira, no ves el movimiento… Entonces el cuadrado es mucho más honesto y me dice que está asentado en una línea de las cuatro, generalmente una horizontal, como base». Del mismo modo, LeWitt observa la inercia del cuadrado: » Comparado con cualquier otra forma tridimensional, el cubo no tiene ninguna fuerza agresiva, no tiene movimiento y es menos emotivo”. Si la temática general del trabajo de Kronschlaeger es el juego óptico y la distorsión engendrada por la exposición de las formas conceptuales en el espacio vivido, entonces los “Spinning Cubes” exacerban estas condiciones ilógicas al pedirle al Cubo que haga lo que está excepcionalmente no calificado para hacer: girar.
II
Entender al “Spinning Cube” de Kronschlaeger en único diálogo con los precedentes minimalistas y conceptuales de Estados Unidos es ver solo la mitad de la ecuación. El trabajo de Kronschlaeger en general -y sus Spinning Cubes en particular combina este legado con otro linaje casi contemporáneo a aquel, que hace referencia a otro artista que también hizo girar el Cubo. Este es el venezolano Jesús Rafael Soto (1923-2005), y la obra de arte a la que se hace referencia es su “Rotación de Pintura” de 1952, en la que hileras horizontales de cuadrados se funden sobre la superficie pictórica en formas cada vez más abstractas. El cuadrado y el cubo se convertirían en un rasgo recurrente en la obra madura de Soto, ya que gradualmente lo movió al espacio de la experiencia vivida para trascender a Mondrian. Ya sea como un volumen generado por varillas colgantes, o como una superficie plana proyectada adelante de un fondo pintado, el cuadrado a menudo está bajo presión en el trabajo de Soto. Sus contornos parpadean y se vuelven inestables. Oscila y ondula cuando no debería. Pero las distorsiones ópticas resultantes del trabajo de Soto, en lugar de denotar la futilidad de cualquier supuesto de claridad visual (Smithson, LeWitt), son demostraciones del flujo y movimiento del universo y su constante cambio. Lo mismo puede decirse de los experimentos cinéticos de sus compatriotas Alejandro Otero (1921-1990) y Carlos Cruz-Diez (1923), así como de los argentinos Martha Boto (1925-2004) y Gregorio Vardanega (1923-2007). Si bien estos artistas desplegaron la cinética a múltiples finalidades, se cruzan en su interés por revelar las minucias de la experiencia vivida, ya sea la inestabilidad del color, el acto fisiológico de la percepción o la revelación de fuerzas imperceptibles. El trabajo de ellos despliega la ambigüedad óptica y el movimiento para revelar un mundo de cambios constantes.
Cuando el cubo de Kronschlaeger gira, se desarrolla una lucha incesante entre los elementos duales de la forma (la cuadrícula) y el color a medida que cada uno compite para atraer la atención del espectador. A veces, el enrejado se alinea de tal manera que aparece como una rejilla plana y bidimensional, antes de volver a girar para desensamblarse en densos grupos de varillas. Patrones inesperados surgen y se disparan sobre la superficie de la escultura. Diversas perspectivas surgen a través del ruido visual, solo para volver a disolverse. El cubo es de una densidad incierta a medida que se expande y contrae entre dos y tres dimensiones, su rotación y amorfismo espacial recuerda a los cilindros y discos giratorios de Martha Boto y sus distorsiones reflejadas en los espejos de fondo u otras superficies. Si Boto encuentra inspiración en, como ella dijo, «las leyes de la armonía y el equilibrio que gobiernan el cosmos», entonces lo mismo puede decirse de Kronschlaeger. Sus primeros trabajos, fueron instalaciones al aire libre que hicieron visible el fenómeno cósmico a escala humana, demostraciones de un interés que se extiende a sus “Spinning Cubes” con sus rotaciones planetarias, como sistemas cerrados de ritmos y ciclos. Además de los patrones que surgen a través de la escultura, aparece la bruma parpadeante de color que parece asentarse alrededor del Cubo mientras este continúa su giro interminable. Si hay algo potencialmente cósmico en la rotación del Cubo, entonces los efectos cromáticos que este genera son indudablemente particulares. Lo que vemos de los colores es el resultado de una combinación óptica específica que se produce en el mismo momento de la percepción. Los colores se mezclan a medida que la estructura gira, y parece arrojar color al espacio circundante, siguiendo así el ejemplo de la serie «Fisicromias» de Carlos Cruz-Diez. En una combinación de «físico» y «color», en las “Fisicromias” Cruz Diez utiliza tiras de plástico, cartón o madera de colores, para crear protuberancias regulares similares a aletas en la superficie de un fondo rítmicamente coloreado descriptas por el artista como «módulos de eventos cromáticos». Como afirma el artista: «La solución que encontré para el eterno binomio de forma-color fue dividir la forma, transformando el plano coloreado en una sucesión de paralelos de color colocados verticalmente, lo que llamé módulos de eventos cromáticos. Esta estructura me permitió demostrar que el color está en constante creación, que sucede todo el tiempo «. Una “Fisicromia” de Cruz-Diez podría aparecer verde oscuro desde un ángulo y rojo brillante de otro. Del mismo modo, el color que baña un “Spinning Cube” está en una mutación constante y luminosa (…)
Nathan Morrow Jones
Historiador de Arte. Columbia University, NYC.