A propósito de la exposición: “la parte y el todo es infinito” de Georgina Bringas
Algoritmo: Secuencia de pasos finitos bien definidos que resuelven un problema y que no es exclusivo del campo de la matemática. Etimológicamente el término resulta de la combinación entre el gentilicio Al-Kkwarizimi, correspondiente al lugar de origen del matemático árabe Ben Musa, y el término griego aritmo que significa número.
En la actualidad, tiempo y espacio narrados – es decir, dotados de algún tipo de sentido – se encuentran íntimamente ligados a las redes informáticas y a la construcción de identidades cibernéticas que pueden llegar a ser más trascendentes que las circunstancias materiales de las personas. Esta forma de virtualidad – deslocalizada e interpretada por algoritmos, superiores en velocidad y capacidad al cerebro humano construye una nueva cartografía cognitiva legible solamente por la llamada inteligencia artificial propiedad de unas cuantas corporaciones y agencias gubernamentales. Estos algoritmos instrumentalizados en sofisticados aparatos informáticos, proyectan estímulos calculados cuidadosamente para cada usuario de acuerdo a sus preferencias (prejuicios) en tiempo real, de manera que el compartir un entorno físico con otras personas es cada vez menos determinante para la formación de una conciencia colectiva. La nueva psicosis está cada día más cercana a Tik Tok y a Instagram que a las tradicionales formas litúrgicas mediante las que el hombre común se asomaba anteriormente a lo divino para desvelar sus secretos.
En medio de esta nueva normalidad, el dispositivo neoconcreto – que interviene el espacio en la búsqueda de un arte participativo e inmersivo, orientado a darle al público una mayor libertad de movimiento e interacción con la obra, el entorno y otras personas – supone un tipo de conexión que dialoga desde su materialidad. Su presencia física, que acentúa las cualidades propias de los componentes que la integran, obliga a quien la enfrenta a circunscribirse al reino de los objetos y su apropiación a través del cuerpo. El algoritmo en este caso no es un código en lenguaje binario que cuantifica matemáticamente un comportamiento, sino que es una secuencia de aproximación individual entre la persona y el objeto hasta establecer, en el mejor de los casos, un intercambio en el que la obra provee de ciertos parámetros y el sujeto construye una memoria significativa. En una época en que la desconexión con la realidad es tan intensa que pone en entredicho lo que la realidad neoconcretista del arte adquiere una nueva vigencia. es en sí, la aproximación. En este caso particular, nos movemos en el reino de las escalas y las unidades a partir de las cuales términos de profundamente se describe cuantitativamente nuestra relación con los objetos en duración, peso, longitud, profundidad, volúmen, etc., ambas convencionales y arbitrarias. Pero ¿Qué pasa cuando confundimos estos parámetros para expresar un atributo en términos de otro? ¿Es posible espacializar el tiempo al tratar como un objeto concreto un instrumento con el que se cuantifica? ¿Podría adquirir aspectos volumétricos o cromáticos? Si, además, la respuesta a estas cuestiones tiene un componente estético convincente entonces hablamos de una propuesta profundamente plástica que conjuga elementos artísticos, epistemológicos y sensibles.
Si la realidad informática se reduce a la interpretación que un algoritmo hace de unidades asociadas a una escala, la presencia concreta de la materia nos recuerda que la más ligera dislocación entre ella y el sistema métrico que la cuantifica produce una infinidad de posibilidades para experimentarla y comprenderla. De esta manera, las ecuaciones a partir de las cuales construimos el mundo manifiestan una ambigüedad propicia para el acto poético; y es precisamente en esta forma (re)conexión creativa entre los componentes convencionales del pensamiento ligados a la materialidad de la obra que radica uno de los principales valores de esta propuesta: la posibilidad poética de un algoritmo otro. Hasta aquí no hemos señalado nada más allá de lo obvio cuando se observa con un mínimo cuidado la obra de Georgina Bringas. Conviene, sin embargo, anotar alguna cuestión específica (concreta valga la redundancia) del proceso de elaboración de la misma y algunas marcas significativas ligadas a dicho proceso que permanecen al producto final. Uno de los elementos constantes en el conjunto es el uso de la línea – ya sea como grafismo o materializada en forma de filamento (cuerda, estambre, plástico, etc.) Este elemento se traduce a mi entender en una forma imaginaria de capilaridad por la que se transita desde lo material hasta el ámbito de lo simbólico. No es una línea que trate de crear la ilusión de otro cuerpo representado o de un espacio del otro lado de la superficie del cuadro a modo de ventana; sino que se presenta como un conector entre dimensiones discímbolas – entre el volumen y la distancia, la duración y el área, la dirección y el espacio, etc.
El algoritmo interno del trabajo de Georgina Bringas, aunque irreductible, sí puede ser ilustrado contrastando dos términos muy similares en cuya diferencia puede intuirse parte de la explicación: tejer y entretejer. Tejer tiene que ver con entrelazar hilos o fibras repetidamente en diversas combinaciones con el fin de confeccionar un objeto, mientras que entretejer es un proceso de mezclar materiales de diversas características con el fin de componer adornos en un tejido preexistente; por extensión, entretejer significa relacionar elementos discímbolos para formar un nuevo conjunto o idea homogénea. Tejer y entretejer son en este caso operaciones algoritmicas que configuran materialmente la obra en muchos casos al tiempo que funcionan como figuras alegóricas para entender la operación conceptual del discurso. En algunas ocasiones la trama es más compacta que en otras pero en todos los casos incorpora el espacio suficiente como para que el entretejimiento del elemento discímbilo tenga lugar. El tejido resultante dialoga entonces no solo con el entorno donde se emplaza la obra sino con el aparato mismo que construye la idea de espacialidad en todas sus dimensiones a través del trastocamiento simbólico de unidades y escalas.
El cifrado de la obra en “la parte y el todo es infinito” de Georgina Bringas invita a una reflexión no solo en torno a su materialidad, construcción y aspecto estético, sino también en cuanto a los procesos de apropiación de la misma que hace quien participa de ella. Pero aún va más allá al establecer correlaciones inusitadas entre las unidades y su instrumentalización a la hora de establecer relaciones entre el sujeto, la colectividad, el mundo material y el mundo material. Esta forma de inteligencia, es decir, de saber discernir o escoger algo a partir de categorías dinámicas y veleidosas, propia del terreno del arte y lo poético, se manifiesta tanto en el proceso como en los resultados de esta búsqueda – radicalmente distinta a los modelos cuantitativos de los algoritmos informáticos. El algoritmo, término entretejido desde su raíz etimológica, adquiere en este caso una forma concreta tanto en lo material como en lo simbólico.
Christian Sandoval