María José Romero nació en Ciudad de México en 1970, realizó sus estudios de artes visuales en Boston, Estados Unidos a finales de la década de los ochenta y regresó a su país a inicios de los noventa para comenzar su carrera profesional.
En aquella época la era digital alcanzaba su apogeo, por lo que muchos artistas respondieron a esta situación optando por tratar cuestiones que tuvieran más que ver con la identidad y la experiencia tangible a través de medios como intervenciones e instalaciones de sitio específico o representaciones de cuerpos politizados. Los inicios de la obra de Romero se insertan en aquel contexto, por lo que, al igual que los artistas de ese momento, se encaminó a esas temáticas; sin embargo, se resistió a utilizar los medios comunes y persistió convencida de que su lenguaje era la pintura.
Así, la artista se ha centrado en la indagación de la identidad y la experiencia personal desde disciplinas como la física, la biología, la mitología y el estudio de los arquetipos. Particularmente, lo que le interesa a Romero de estas materias es la comprensión de mecanismos de la mente humana y del universo.
Como en una especie de combinación entre un dibujo automático surrealista y action painting la artista se enfrenta al lienzo con una coreografía espontánea en la que involucra todo el cuerpo sin ninguna planeación previa de lo que resultará al final, así con trazos gestuales expresa lo más profundo de su mente y emociones. De este modo, la pintura de Romero más que una interpretación abstracta, representa un espacio de acción, una muestra del movimiento, de la velocidad, de la energía y de las fuerzas del cuerpo y del inconsciente.
Además, la obra de esta artista posee un marcado acento autobiográfico, desde su evidente gusto por los procesos de la vida vegetal y en específico la forma y función de las semillas, hasta experiencias de su propia vida para las cuales ha utilizado su creatividad con una intención catártica. Esto explica en gran medida la diferencia que existe entre cada una de las series de su producción: por ejemplo, en su temprana práctica, con la exposición Fuerza vital (2000), se observa un trazo muy controlado, cuidadosamente geométrico, esbozos que remiten a pinturas de Siqueiros con una variada paleta de color. Una etapa en la que se advierte un deseo de experimentación con variedad de colores, con diversidad de técnicas e incluso lenguajes (abstracto y figurativo). En el avance de su evolución el trazo se va descontrolando, se observan altibajos que derivan de situaciones y emociones diversas hasta llegar a la serie Semillas, en la cual alcanza un punto de culminación dentro de su producción con una pieza de la cual deriva o conjunta toda su obra.
Asombrosamente, la trayectoria de Romero ha ido en paralelo con su inquietud por los procesos de la vida vegetal en la que, al igual que esta, su obra ha partido de su semilla (la pintura Semilla 1) como una suerte de centro del cual germina su producción antigua que representa el arraigo, las raíces, los estudios, la experimentación y la introspección, aspectos que le han proporcionado los conocimientos y la solidez para de ahí crecer hacia afuera. Es decir, después de haber echado raíces, de la semilla ha brotado un árbol de abundante copa que manifiesta la madurez que finalmente ha alcanzado su obra, una conjunción conformada por su práctica y conocimientos artísticos, y sus estudios sobre diversas materias (en Teorías complejas).
(…) María José Romero ha participado en varias exhibiciones individuales y en un sinfín de colectivas entre Estados Unidos, España y México, el primero su lugar de formación profesional y el segundo su país natal. Con una aproximación multidisciplinaria, la artista ha propuesto soluciones para problemáticas actuales que involucran la reflexión e introspección del espectador frente a la obra.
Marisol Noble